La figura principal de la obra es una mujer, la esposa del autor, que asoma divertida, con una mirada un poco picara a la vez cariñosa, entre el cortinaje blanco que forma el fondo del cuadro. Aunque en las manos sostiene la tela blanca de la cortina, en la que podemos observar entrar la luz por sus bordados y la silueta de la esposa, escondiéndose con falso pudor de nuestra mirada, con la cabeza inclinada y su enorme y seductora sonrisa parece retarnos divertida a perseguirla. Podemos imaginar está misma escena repetida, tantas veces, en el hogar del artista que, concentrado en su pintura, vería asomar a su adorable esposa solo para distraerse un poco. Alguien la llamó “la mosca cojonera” durante la visita aunque dado el cariño con el que el artista describe la escena sospecho que en realidad estas distracciones eran, en el fondo, muy apreciadas por el autor. La esposa viste un vestido de encaje negro, guantes y un elegante sombrero, del mismo color que el vestido, que contrastan fuertemente con el blanco del fino cortinaje, que el pintor trabaja con detalle preciosista, y que nos deja adivinar la silueta de la mujer escondida detrás. Cecilio Pla logra en está escena cotidiana captar un momento anecdotico, una mirada de complicidad que apenas dura un instante y nos transmite toda su intensidad de una forma esplendida y a la vez divertida.
martes, 23 de noviembre de 2010
LA MOSCA
lunes, 22 de noviembre de 2010
El Guardavía
La figura del niño, situada de pie, en el centro del lienzo, ocupa casi toda la obra. Vemos a un niño de corta edad, y completamente desnudo, de espalda a nosotros y parado de pie frente a la vía del tren . Su cabeza ligeramente inclinada a la izquierda, su mirada paralela al raíl y su mano derecha, en la que sostiene una bandera roja que mantiene levantada, parece anunciar la llegada próxima de un tren. Pero el lugar elegido no es una estación, no tiene vida, delante del niño solo hay un paisaje árido y desierto de toda humanidad, así que adivinamos que el tren pasará de largo a gran velocidad sin reparar apenas en la figura del niño, que le indicará con la bandera, y con una especie de corneta que sostiene en la mano izquierda, en que lugar del itinerario se encuentra. Sus pies desnudos sobre la tierra, perfectamente alineados uno junto al otro, así como su rostro concentrado en la distancia, muestran la seriedad y la disciplina del trabajo del niño. Nada en esa escena nos recuerda la infancia, definitivamente no es un juego de niños lo que vemos. Tampoco la desnudez es algo festivo como uno podría creer de una escena infantil, es simplemente miseria y pobreza. El artista crea una perspectiva aérea con un cielo gris y despejado y la visión lejana de unas montañas que cruzan el horizonte usando colores fríos, invernales, reforzando así la idea de una desnudez no recreativa y mucho menos placentera, de una desnudez en la que el hombre queda expuesto y a la intemperie en su miseria frente al imparable avance de la modernidad que apenas repara en su presencia y, mucho menos, en su pobreza.
lunes, 15 de noviembre de 2010
La puerta alternativa
Hoy
escucho mi eco
mis palabras
repetidas
con el acento de la distancia
Alternativas
de mi propia existencia
recitan los versos
que alguna vez
soñé escribir
Hoy
arde de nuevo
mi Eco cansado
intimo y lejano
tras la puerta alternativa
A. ALCOVER
domingo, 14 de noviembre de 2010
Un bar de les Folies Bergère
En el centro de la obra aparece la joven absorta en sus propios pensamientos e indiferente a nuestra mirada. Casi parece que el artista la hubiera retratado en un breve momento de distracción. Su mirada ausente y distraída, incluso aburrida o resignada, nos produce cierta nostalgia que rodea toda la figura de Suzón que parece no pertenecer a ese lugar.
Eduard MANET
(París 1832- París 1883)
No conocemos mucho más sobre sobre la historia de Suzón además de que posó para Manet en este cuadro y de su trabajo como camarera en el Folie Bergère. París vivía esos días momentos de esplendor y era considerada la capital de Europa. Muchas jóvenes como Suzon empezaban trabajando detrás de un mostrador para acabar trabajando como prostitutas o “cocottes” donde ganaban considerablemente mucho más dinero. Las noches de París se llenaban entonces de personajes variopintos donde artistas, escritores e intelectuales se mezclaban con dandis, burgueses, actrices y prostitutas creando el mundo ficticio de la noche parisina, donde los visitantes de la ciudad podían vivir en brazos de una de estas cocottes una fantasía mágica e inolvidable. Su lugar de reunión eran los cafés como el Folie Bergère que se hizo famoso en toda Europa e incluso llego a servir más tarde como modelo de referencia a cabarets tan famosos como el cubano Tropicana.
El Folie Bergére en sus inicios fue el favorito de la clase proletaria pero pronto pasó a ponerse de moda entre la burguesía. Allí los pintores y escritores hacían sus estudios entre los espectáculos de teatro o varietés de artistas como el mismo Charles Chaplin o la trapecista americana Katerine Johns, que deleitaba a los presentes con sus números donde mezclaba erotismo, acrobacia y provocació. En la obra, Manet, crea en el reflejo del espejo una ficción donde reunir todos estos motivos. El Bar de les Folies Bergère será considerada como su mejor obra maestra y, de alguna manera, su testamento pictórico. Allí se representa lo que fueron sus dos grandes pasiones en la vida, las bellas mujeres y la vida de París. Mezclando realidad y fantasía, en una obra en lo que lo único real es la camarera, retrata la soledad del individuo en esas noches de espejismos y el reflejo de un mundo efímero, pero eterno.
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Aunque el Folie Bergére sobrevivió hasta nuestros días, a finales del siglo XX la revista y el teatro dejaron paso a las comedías musicales y a las actuaciones de baile, más acordes con el gusto del público actual. Pese a eso la leyenda del Folie Bergère, y de otros cabarets como el Moulin Rouge o el Lido, y de sus cantantes y bailarinas ha transcendido mucho más lejos. Muchos de sus artistas rompieron las fronteras y hoy podemos ver referencias de su enorme influencia, en los musicales de Broadway, de Hollywood o en los espectáculos de las Vegas. Bailes provocativos como el Can-can francés, y su galop infernal, del compositor francés Jaques Offenbarch, estrenado en 1958 en París, forman hoy parte imprescindible de la cultura popular. Aquellos fueron también los primeros albores de la liberación sexual y de la emancipación de la mujer, que es ahora quien seduce.
La Guide des plaisirs de París (Guía de los placeres de París) de 1898 da la siguiente descripción de las bailarinas:
- «un ejército de jóvenes muchachas que están allí para bailar este divino alboroto parisino, como su reputación lo exige [...] con una elasticidad cuando lanzan su pierna en el aire que nos deja predecir una flexibilidad moral al menos igual.»
Antes del impresionismo no había sombras azules.
WILDE, Oscar Fingal O`Flahertie Wills